Cementerio de Colón

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Cementerio de Colón

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TESOROS ENTRE CRUCES Y MÁRMOLES

Curiosa es la relación de contrastes que se establece entre la intersección de las calles 23 y 12, una de las más bulliciosas arterias de la ciudad de La Habana, y el silencioso recogimiento que existe a poco mas de un centenar de metros de allí, donde abre su imponente portada la Necrópolis Cristóbal Colón.

En los 560 mil m2 que tiene de superficie hay una exclusiva variedad de exponentes escultóricos y arquitectónicos erigidos durante mas de un siglo, con una asombrosa diversidad de estilos.

Considerado por su extensión como el mayor del mundo; en el cementerio de Colón encontramos la evocación del esplendor románico-bizantino, la magnificencia de columnas y capiteles del griego; la robusta solidez e intimidad de las pirámides y la beligerancia hermética de los castillos medievales.

Compiten con el ornamentalismo del gótico la confusión de formas del eclecticismo, la naturalidad del neoclásico y la estilizaron del modernismo, todo en una abrumadora anarquía donde las fastuosas imágenes labradas en los ricos mármoles de Carrara, le ceden espacio al humilde epitafio manuscrito sobre un pedazo de losa cualquiera por algún inconsolable doliente…

Algunos investigadores afirman que en este singular museo a cielo abierto se guardan riquezas que rondan los mil millones de dólares en su cotización actual, pero ya sean unas u otras las referencias valorativas, deberán estar muy por encima de la neta apreciación material de sus mármoles, herrerías y cristales policromados. El profundo contenido histórico, social y cultural que sus obras encierran, hacen imposible cualquier intento de ponerles precio.

Declarado Monumento Nacional, con todas las ventajas que tal condición representa en el fomento de los trabajos de preservación y estudio, la Necrópolis Cristóbal Colón se beneficia con una política de permanente investigación de sus valores, que ha dado lugar al descubrimiento de apasionantes eslabones de nuestra historia que se creían perdidos.

La Milagrosa

Así le llaman a una dama fallecida el 3 de mayo de 1901, a quien la mitología popular le confirió el don de solucionar los problemas terrenales, con los extrasensoriales influjos benefactores de su espíritu…

Esta historia comienza cuando Amelia Goyre de la Hoz, esposa del acaudalado hombre de negocios, Vicente Adot Rabell, fallece durante el alumbramiento.

La consternación del esposo fue tal, que perdió buena parte de la razón, y nunca mas volvió a contraer matrimonio.

Vestido de negro no faltaba ni un solo día al panteón de Ame­lia, donde “conversaba con ella”. En su fantasía, la consideraba dormida y él era la única persona capaz de despertarla, al entrechocar con el mármol, las argollas de la tapa. Luego, al despedirse nunca le daba la espalda, lo cual fue convirtiéndose en un ritual que muchos observaban con curiosidad.

No se sabe como empezó a circular la leyenda de que Ame­lia fue enterrada con su hijo a los pies, y al ser exhumada, su cadáver estaba momificado con el niño en los brazos.

A reafirmar este mito pudo haber contribuido mucho, la colocación sobre la sepultura de una estatua muy hermosa, que Villalta de Saavedra esculpió valiéndose de una fotografía de la dama. El escultor conoció la triste muerte y a su manera idealizó a la muchacha con el pequeño.

La posterior prosperidad en los negocios de Vicente Adot, fue asociada por algunos con la influencia benefactora que su amada ejercía desde el otro mundo…

Un creciente e interminable peregrinar   comenzó   desde entonces a la tumba de Amelia y la leyenda de sus milagros fue trascendiendo de una generación a la otra.

Los creyentes acuden a la joven santificada en busca de bondad. Piden salud para los hijos y feliz parto para las embarazadas, mediación en los problemas del amor, la cura de los enfermos, la salvación de los que estuvieron en malos pasos con la justicia y la materialización de los mas disímiles deseos…

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