Sistema de fortificaciones de La Habana

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Sistema de fortificaciones de La Habana

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El sistema de fortificaciones de La Habana colonial, construido a partir del siglo XVI, fue uno de los más importantes de la América hispana. Defender la ciudad de los asoladores ataques de corsarios y piratas era su principal función

Si algo tuvieran los cubanos de hoy que “agradecer” a los numerosos ataques piratas padecidos por sus compatriotas desde mediados del siglo XVI es su sistema de fortificaciones, que aún perdura y es uno de los atributos más bellos de la ciudad capital.

Tres construcciones militares, de carácter defensivo, se erigieron a partir de la segunda mitad del siglo XVI y fue tal la importancia de estas que hasta pasaron a integrar el escudo de San Cristóbal de La Habana. Por suerte, ahí las tenemos, como testimonio de la maestría de quienes fueron sus creadores.

Sistemas de fortificaciones de La Habana

Primero se levantó el Castillo de la Real Fuerza, cuya construcción —encargada a Bartolomé Sánchez— se inició en 1558 y finalizó casi dos décadas después. Se trató de una fortaleza segura, tan segura que devino residencia de los capitanes generales enviados desde España.

El pionero de los historiadores de La Habana, don José Martín Félix de Arrate, escribía hacia 1761 que la citada fortaleza “está circundada de un buen foso donde se ha labrado en estos tiempos una gran sala de armas; tiene el ángulo saliente que mira por un lado a la entrada del puerto, y por otro a la Plaza de Armas, un torreón con su campana con que se tocan las horas y la queda de noche”.

La muy gráfica descripción se completa sumándole que en lo alto de su torre campanario, una figurita en bronce se ha convertido en uno de los símbolos de La Habana: La Giraldilla.

La Giraldilla

El desastre de la armada española —la supuestamente invencible, que entre los ingleses y las tempestades terminó en el fondo del mar— acrecentó el interés por seguir adelante con las fortificaciones en la Cuba colonial.

El 2 de julio de 1587 arribó a la Isla un nuevo gobernador, Juan de Texeda, y con él un ingeniero militar italiano proveniente de una familia renombrada: Juan Bautista Antonelli. Nadie podía entonces siquiera imaginar lo que representaría la presencia de este talentoso constructor para el devenir arquitectónico de la ciudad.

El experto revisó las locaciones propuestas, inspeccionó el estado de las defensas habaneras, se marchó y regresó cargado de lo indispensable para la ejecución de sus planes: herreros, carpinteros, albañiles, maestros de obra. Hacia 1590 principiaron los trabajos en las fortalezas de San Salvador de La Punta y de Los Tres Reyes Magos del Morro, una frente a la otra a la entrada de la bahía.

La atención prestada por la Corona a los proyectos del italiano exacerbó los celos de Texeda y de otros funcionarios de la metrópoli. El Gobernador era partidario de priorizar la fortificación de La Punta, Antonelli lo era de hacerlo con el Morro.

En carta de finales de 1591, Antonelli argumentaba que “todas las fortificaciones que se hicieron en La Punta son de muy poco efecto estando el Morro abierto, mas si está fortificado con presidio y artillería podrá Su Majestad evitar muchos gastos que se ofrecen en socorros que se envían a España”.

Antonelli sabía lo que se traía entre manos. Las obras marcharon lentamente y no fue hasta 1630 que ambas se dieron por concluidas, completándose de tal modo el triángulo defensivo de La Habana. De esa fecha datan las primeras observaciones acerca de la cadena tendida entre una y otra fortaleza y que cerraba el puerto en caso de agresiones foráneas.

Pero todo resultó inútil cuando en 1762 los ingleses decidieron tomar la ciudad, que ocuparon por un año. Luego de la retirada británica, los españoles estimaron que era necesario construir más fortificaciones, y entonces erigieron los conocidos castillos de Atarés y el Príncipe.

Para la erección del Castillo de Atarés se seleccionó la Loma de Soto, en la zona de extramuros, con una amplia visibilidad del litoral, además de guarnición y armamentos adecuados según la época. Las obras se encargaron al ingeniero Agustín Crame, que las inició en 1763 y quedaron concluidas cuatro años más tarde.

El Castillo del Príncipe se levantó en la Loma de Aróstegui, y de sus planos se hizo cargo don Silvestre Abarca. La construcción tomó entre 1767 y 1779, y su capacidad era tal que podía albergar una guarnición próxima a los 1 000 hombres.

Pero no vaya a pensar que las autoridades coloniales se dieron ya por seguras. En 1763 iniciaron las obras de San Carlos de la Cabaña, la mayor de las fortalezas españolas en la América de aquella época.

Vecina del Morro y enlazada con él, desde la Cabaña se tiene —probablemente usted, lector, ya lo ha comprobado en alguno de sus recorridos— una visión panorámica de la ciudad y su puerto. La protección rocosa natural y el acceso al mar ofrecen a la plaza una grata sensación de inexpugnabilidad.

Al sistema defensivo de La Habana sumáronse otras tres edificaciones del tipo de los torreones. El de La Chorrera, en la boca del río Almendares, por el oeste, y el de Cojímar, en las afueras, por el este, constituyeron excelentes atalayas para otear el horizonte a la caza de intrusos. Ambas construcciones son de mediados del siglo XVII.

Un tercer torreón, localizado en un área hoy muy urbanizada, es el de San Lázaro, de finales del XVII. Nunca fue gran cosa como defensa, aunque sí era un magnífico punto de observación.

Y ahora detengámonos en las murallas, concebidas para rodear la ciudad, y cuyos restos pueden palparse en la antigua calle de Egido, a la altura de la Terminal de Ferrocarriles; en la intersección de esta misma calle con la de Teniente Rey; y en la Avenida de las Misiones, frente a la terraza norte del antiguo Palacio Presidencial, hoy Museo de la Revolución.

Las murallas representaron un gasto enorme… e inútil, pues sus resultados prácticos como defensa fueron muy cuestionados. Las obras se emprendieron alrededor de 1670 y se prolongaron hasta entrado el siglo XVIII. Vetustas y sólidas, para el viajero de nuestros tiempos no pasan de ser un lugar más de interés desde el cual tomar una excelente fotografía.

Ahora ya sabe qué itinerario seguir cuando emprenda su recorrido por las fortalezas, castillos, torreones y murallas de La Habana colonial.

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